martes, 9 de diciembre de 2008

La Piedra Angular de la vida de muchos


Crecí siempre escuchando historias de mi madre. Historias sobre la vida de mi familia en Argentina; de ella y mi padre, de su amor, de mis hermanos y un poco del contexto histórico donde vivían.
Mis padres se divorciaron cuando yo aún era pequeño. Recuerdo perfectamente cómo era cuando aún estaban juntos, pero no lo viví del todo. No era exactamente consciente de las cosas aún. Fue todo lo traumática que puede ser para un niño de 8 años una separación, pero tampoco fue algo demasiado horrible. Lo acepté bien, dentro de lo que cabe, ya que por aquella época la relación que tenían no era demasiado buena que digamos. Estaban atravesando un momento difícil, supongo, y lo mejor en ese momento fue separarse.
Sin embargo, toda mi vida, incluso hoy, mi madre ha mantenido que, durante el tiempo que estuvieron juntos, se quisieron muchísimo. Según me cuenta, ellos dos tenían algo especial, y lo que me describe no se parece ni de lejos a las historias de amor que veo hoy a mi alrededor. Era un amor que no entendía de problemas, de trabas, o de materialismos. Se profesaban un amor y un respeto tan especial, que ni siquiera soy capaz de hacerme una idea de cómo podría ser. Vivieron un romance larguísimo, de muchos años, como si todavía fuera el primer mes de noviazgo. Tenían problemas económicos, tuvieron cinco hijos, cambiaron varias veces de país, e incluso tuvieron que estar mucho tiempo separados. Y aún así, a pesar de todos los hándicaps con los que se encontraron, siguieron enamorados casi hasta el final de su relación, cuando las cosas, en realidad, en su entorno, ya no eran tan difíciles como habían sido antes a su alrededor.

Todo el mundo busca el amor de alguna forma. Un término que ni siquiera tiene definición concreta, o explicación, pero que parece ser la piedra angular de la vida de muchos. Todos deseamos un amor como el de mis padres, libre de agentes externos, que sea capaz de sobrevivir a casi todo, pero ¿existe esa clase de amor? Con el cauce que ha tomado la sociedad, llena de ansias capitalistas y de frivolidades, ¿es posible encontrar amor incondicional, o el tipo de enganches a los que podemos acceder están sujetos permanentemente a lo externo? Tal vez la literatura, el cine, el arte, que se coció en otros tiempos muy distintos, nos habla de historias y de romances a los que, en el mundo actual, ya no es posible ni oler. Quizá esas historias prestadas nos han contagiado la sed por un líquido que ya se extinguió, y ahora solo nos queda conformarnos con algún charco esporádico, que nos encontremos de vez en cuando.

Y yo me pregunto, ¿qué es más sano, vivir sabiendo que ese amor romántico ya nunca va a estar ahí, o vivir con la ilusión de que, con suerte, algún día, viviremos nuestra propia historia de amor, con sus tragedias, dramas, alegrías y aventuras? Estoy seguro de que, para muchas personas, esa ilusión significa ganas de seguir adelante y de no rendirse. Muchos esperan encontrar la felicidad completa en ese alguien ideal que hará que sus vidas dejen de ser grises y se tiñan de colores, y puede que el realismo y el cinismo acaben matando a esa ilusión. Y es muy probable que, cuando esa ilusión muera del todo, todos muramos un poquito por dentro…

martes, 25 de noviembre de 2008

Desde lo profundo del cráneo


Llevo una temporada bastante interiorista. No me apetece contar mis cosas, ni tengo ganas de largas conversaciones. No tengo ganas de preguntarme los porqués de todo, como siempre he hecho. Siento por todo un enorme “¿y para qué?”. Me he vuelto perezoso a la hora de conocer a gente. Me siento decepcionado con muchas de las cosas que esperaba de la vida y de la gente de alrededor; como si siempre esperara más cosas de las que realmente se puede esperar de todo, en general.
Estamos constantemente ilusionados con situaciones, personas, o sueños, que muchas veces, cuando nos detenemos a hacer balance, vemos que no son más que eso…sueños. Y entonces es más duro aún descubrir que estamos despiertos. Las mañanas se hacen menos soportables; las tardes más dispersas; y las noches más sólidas y pesadas. Nos planteamos si tiene algún sentido o nos lleva a algún sitio todo por lo que luchamos a diario. Muchas veces nos lo preguntamos tanto, tanto, que perdemos el norte de nuestros objetivos, y nuestra función en la vida, de pronto, nos aparece empañada en el espejo, porque los sueños eran todo lo que teníamos, y ahora hemos caído en lo absurdo de su realidad.

Con la práctica yo he aprendido a levantarme rápido tras estos baches existenciales. Pero no es algo agradable. Es igual que levantarse de la cama muy temprano cuando la mañana está especialmente helada: sabemos que es algo vital, pero una voz traicionera nos dice desde el fondo de nuestro cráneo que no hay necesidad de hacerlo; que realmente algo que supone tal esfuerzo no puede ser beneficioso.
Sin embargo, con el tiempo aprendes que esa voz es la voz de la negatividad y de la cobardía, y es por eso que te habla en tales momentos de debilidad. En nuestras rachas de fuerza y plenitud no hacemos caso a esa voz; no la escuchamos. Es cuando estamos
alicaídos que esa voz embravece, se cree más poderosa, y nos trata de engañar, para hundirnos en la mentira de que no puede haber un día mejor. Esa es la voz que nos hace preguntarnos si los esfuerzos sirven de algo; nos hace dudar de nosotros mismos, como si hubiésemos construido toda nuestra miserable existencia en torno a una lata vacía y oxidada.
Pero la duda no siempre es lo que parece. No es fácil, pero es necesario que sepamos distinguir. Dudar es la dificultad de elegir. Es de seres humanos, por supuesto, y muchas veces nos salva de cometer errores que nos perjudicarían en mayor o menor grado. El error es que la duda, muchas veces, no es duda sino cobardía, y cuando dejamos que esa cobardía nos posea es cuando nos sentimos absurdos y derrotados.

Una y otra vez caeremos en lo absurdo de la vida y del estilo de vida. Y una y otra vez nos sentiremos derrotados. Pero espero que una y otra vez seamos capaces de darnos cuenta de que la cobardía nos intenta engañar, y tengamos el coraje para empujarla al fondo del cráneo, que es donde siempre tendría que estar. En la oscuridad, olvidada e ignorada…

martes, 4 de noviembre de 2008

Saltar al vacío


A veces es necesario que las palabras fluyan, sin ninguna mesura. Permitir al subconsciente estirar un poco las piernas, y que le dé el sol unas horas. Una borrachera libre de sustancias, provocada por el simple hecho de estar cansado de la continua represión y el constate deber de saber estar, que de alguna forma nos permita conocernos a nosotros mismos un poco más.
Sin medidas; sin pretensiones, ni sueños, ni expectativas fuera de carta. Simplemente ser capaces de vivir en el presente, de disfrutar, de dejarse llevar. Sin la agonía del miedo reptando por la capa interna de la piel. Un merecido respiro, en el que seamos capaces de ser nosotros mismos sin estar necesariamente en la intimidad de una habitación.

Hay ocasiones en las necesitamos despojarnos de las telarañas, quitarnos el polvo, y dejar nuestra capa más íntima a la intemperie; permitir que se sonroje con el frío del invierno. Ser capaces de sentir tanto la vida que nos duela, que nos fascine; que nos dé un vuelco el corazón al enamorarnos y desenamorarnos de la gente, de los lugares, de las canciones. Sin ninguna inseguridad; sin la certeza de que moriremos sin realizar algunos de nuestros sueños. Simple y precisamente tomando esto como aliciente para atrevernos, para arriesgarnos, y para dejar salir a nuestra voz desde las entrañas de nuestra psyche, y que diga lo que tenga que decir.

Un día llegará ese momento en el que, al tocar fondo, tomemos impulso y comencemos a ascender hacia arriba, notando la sensación de vacío en nuestro estómago. Desmenuzando la euforia que nos cause la adrenalina, cuando caigamos en la cuenta de que estamos escurriéndonos hacia las alturas, sin ninguna responsabilidad, deber o necesidad más allá que la de vivir, experimentar y ser tan dichosos que riamos solos.
Un día en el que nada importará, y a la vez todo será importante. Una mirada, un aroma, una vibración…un día en el que cerremos los ojos, saltemos al vacío, y al fin seamos libres.

viernes, 24 de octubre de 2008

Qué hubiera pasado si...


Los seres humanos vivimos de ilusiones. Vivimos constantemente emocionándonos con situaciones que creemos probables que se den, o con cosas que no tienen ni pies ni cabeza, pero que se ajustan mucho a cómo queremos que sean las cosas.
Incluso con nuestras relaciones, tenemos un ideal preestablecido. Un baremo al que cualquiera que sea candidato a ser nuestra pareja tiene que llegar como mínimo, o de lo contrario…acabaría en fracaso.
¿Pero qué pasa con los que tienen un listón demasiado alto?; o lo que es peor, ¿qué pasa con los que creen que tienen el listón demasiado alto, en comparación con ellos mismos? Sí, hablo de esos que aún quedan, que se consideran inmensamente menos de lo que objetivamente son. Porque aún a esta edad, ya pasada la adolescencia, existen personas tan inseguras de sí mismas, que prefieren vivir la vida sin arriesgarse al rechazo, a pasar por el mal trago. Gente perfectamente válida, inteligente, guapa, con la cabeza amueblada, que cree que por no ser un cliché de pasarela, no le es posible siquiera mirar a ciertas personas. Incluso cuando muchas veces, ellos están muy por encima de esos otros a los que aspiran.

La inseguridad nos limita muchas veces a la hora de emprender, de atreverse, de disfrutar de ciertas cosas. La mayor parte del tiempo buscamos la aceptación de los demás, y pasada la etapa de cambios físicos y emocionales, se supone que debemos aceptarnos tal como somos, y estar a gusto en nuestra propia piel.
Pero por desgracia no siempre es así. Es horrible pensar la de oportunidades de aventuras, de experiencias buenas y malas, y de descubrimientos de las que nos estamos privando sólo por la cobardía. El miedo a encontrarnos de frente con una verdad que, muchas veces, no es cierta ni mucho menos.

La cobardía es un error. Cuando se trata de cosas tan simples como enfrentarse al rechazo, no deberíamos ser el matojo de inseguridades en el que nos convertimos casi siempre. Deberíamos ser obstinados, mirar fijamente, y escupir lo que tengamos que escupir. Y que digan lo que tengan que decir.
Cuando estemos muertos nadie va a recordarnos por lo íntegros que fuimos, sino por las cosas que nos atrevimos a hacer; por cómo disfrutamos de la vida. Y si disfrutar de la vida significa llevarse muchos palos entre medias…mejor cerrar los ojos y poner la cara, a ahogarse en la incertidumbre de “qué hubiera pasado si…”

martes, 21 de octubre de 2008

Un día perro


Vaya. Parece que he pasado de no tener mucho que hacer…a tener demasiado que hacer. Tanto que no tengo ni tiempo de sentarme a actualizar el blog, o a tomar un café. Apenas tengo tiempo para dormir, y cuando lo tengo, duermo mal…vamos que estoy bien, ocupadísimo, pero bien. Aunque me gustaría que no se me hubieran juntado tantas cosas.
Es un poco insana mi forma de ver las cosas. Cuanto más cosas tengo que hacer, mejor me siento…lo que pasa es que llevo un par de semanas sin siquiera tener tiempo de sentarme a pensar cómo me siento…irónicamente. Parece mentira que hace un mes estuviera deprimido por no tener nada que hacer…pagaría por un día de esos (sólo uno). Uno de esos para tirarme en el sofá a ver la tele y no hacer nada. Ni clases, ni curro, ni grabar nada, ni quedar con nadie, ni fiestas, ni tocar…nada. Un día perro.
Tengo poco aguante, la verdad. Ya me estoy quejando y no llevo haciendo vida normal ni dos semanas enteras. Pero bueno…espero que el café me siga manteniendo despierto la mayor parte del día…

Todo esto viene a que no he renovado el blog (vaya…acabo de mirar el teclado y se me ha caído un enorme matojo de pelos…ehem), y me siento culpable. Pero espero que después de este fin de semana ya me encuentre inspirado para escribir más de mis historias, y preguntas y respuestas. Seguro que durmiendo un poco y vaciando la mente se me pasa el malhumor que me provoca el cansancio, y se me desembota la inspiración. Mientras tanto podéis visitar la lista de blogs que hay a la derecha…que son muy buenos y seguro que cuentan más que yo.

martes, 7 de octubre de 2008

El otro lado de La Crisis


Dicen que hay crisis. Dicen que algo falla en la economía, que ya nadie puede permitirse nada, y que eso nos lleva a un peligroso círculo vicioso autodestructivo… Yo lo confirmo: hay crisis. Por lo menos en mi entorno, la cosa económicamente está muy cruda. Todos estamos esperando y aguantando como podemos; mirando al horizonte a ver si divisamos a la caballería que nos va a librar de caer en la pobreza irreversible, y que va a pagar todas nuestras deudas…aunque es probable que nunca llegue.
Pues bien, parece que esta crisis se está extendiendo al resto del panorama. Según dicen las cifras, este año ya no se lleva divorciarse tras la temporada estival, y la razón que lo explica no es que la gente en 2008 se haya propuesto ser comprometida con su matrimonio, no. La razón es que las parejas casadas (igual que la hipoteca) no se ven preparadas para enfrentarse al gasto económico que supone el proceso de divorcio.
Qué ironía. La crisis ha hecho que nos veamos obligados a hacer más vida de puertas para adentro, y encima las parejas en plena crisis conyugal lo tienen más crudo para no verse las caras…

Y es que es así. Yo no sé mucho de economía estatal, pero de relaciones humanas algo sé. Digamos que, según mis datos (jijiji), un 60% (siendo generoso) de las parejas jóvenes están en crisis. ¿Será que la crisis económica les frena a la hora de hacer cosas nuevas? A lo mejor esta crisis sentimental no tiene nada que ver, y no hace referencia sino a los habituales divorcios postvacacionales, solo que sin abogados de por medio.
Sea como fuere, yo no creo que el problema de todo esto sea la crisis de la pareja en sí, sino lo que viene después.
Lo que preocupa a los implicados en estos problemillas conyugales es que, ahora, romper relaciones ya no solo implica un parón sexual y emocional, qué va. Es que ahora, además, ¡implica un aumento insostenible de los gastos económicos! Porque claro, esos que decidieron que irse a vivir con su pareja era superinteligente, ahora se están tirando de los pelos. Vivir solo hoy en día en Madrid es sólo para ricos y raros, entonces, ¿qué hacen estas parejas si no pueden dejar de dormir en la misma cama, y tampoco permitirse salir más de lo justo y necesario? Encima ahora empieza a hacer frío para andar de paseítos…mala cosa.
Así que así está el percal; los pobres emparejados ahora se ven entre la espada y la pared, porque por un lado, no pueden estar más de diez minutos con su pareja (¡muchos incluso se separan y siguen viviendo juntos!!), pero por otro, buscar piso en este panorama…está bastante crudo, y no está la cosa para vivir solo.

A lo mejor, siendo positivistas, las relaciones en 2008, con la crisis económica, empiecen a tomar otro cariz. Puede que a partir de ahora ya no se lleven más los divorcios ni las separaciones, sino las aventuras extramaritales…porque claro, igual separarte o divorciarte te sale caro, lo entiendo. Pero follar sigue siendo gratis...

jueves, 2 de octubre de 2008

Fachada fachada fachada


¿Por qué nos esforzamos por sonreír cuando las cosas van realmente mal? ¿Por qué tenemos la necesidad de parecer felices cuando realmente somos desgraciados?
¿Por qué decimos que estamos bien cuando realmente estamos hundidos? ¿Es para engañar a los demás y no demostrar debilidad, o es para engañarnos a nosotros mismos e intentar salir del bache?
Desde pequeño me enseñaron que debía parecer simpático ante los demás, no demostrar descontento abiertamente, no corregir a quienes son mayores que yo…vamos, a mostrar una bonita fachada. Siempre primando el exterior…daba igual cómo me encontrara realmente. Incluso tengo recuerdos de mi abuela pellizcándome el brazo por decir alguna impertinencia (cierta, pero descortés, y ¡Alá nos libre de serlo!).

¿Y ahora qué? Ahora que ya dejé de ser niño y llegué a adulto, ¿se supone que tengo que seguir diciendo “todo va bien”, cuando lo que en realidad pienso es “estoy harto de todo”? No. Estoy CANSADO de sonreír sin ganas, de poner cara de felicidad cuando en realidad tengo ganas de vomitar. Estoy harto de preocuparme por cómo puedan sentirse los demás ante mi desasosiego, y ni tan siquiera darme una tregua a mí. Porque eso tampoco es sano. No es sano no poder ni echarse a llorar cuando se está angustiado…todo es represión, como si este tipo de situaciones reflejaran debilidad.
En este momento de mi vida, creo que puedo decir que me he desenmarañado de casi todas mis represiones y miedos; ya no tengo que ocultar nada a nadie, gracias a Dios, y puedo pensar y actuar como me parece. ¿Entonces, por qué sigue quedando en mí, y en todos, ese trauma de reprimir los malos sentimientos? ¿Es que la tristeza o el enfado hacen daño a los que nos rodean? ¿Quién fue el imbécil que se inventó que teníamos que estar felices y de buen humor todo el día? Amigo mío, alguien debería decirte que eso no es que sea muy normal…

Es el momento de ser libre para todo: la tendencia sexual, la tendencia política…; la libertad de expresión y de pensamiento, en general. Pues bien, esa libertad de expresión también incluye la libertad de poder estar cabreado, triste, amargado, asustado, sin tener la necesidad de ocultarlo como si fuera algo indecoroso.
Y sí, estoy triste, pero además estoy enfadado por no ser capaz de decir que lo estoy sin avergonzarme. Y si esto me da el aspecto de ser una persona más gris, me da exactamente igual. Me felicito a mí mismo por intentar ser capaz de no engañarme a mí, y de no engañar al resto. Creo que eso me convierte en alguien mejor.
Y a quien no le guste, que se vaya sonreírle a su…

lunes, 29 de septiembre de 2008

Al final...basta con un batido


Nos quejamos constantemente. Siempre encontramos algo por lo que llorar y lamentarnos. Hasta cuando nuestras condiciones de vida son muchísimo más cómodas y burguesas de lo que deberían, o de lo que lo son las de muchas personas. Tal vez las de demasiadas.
¿Cómo podemos ser capaces de lamentarnos, cuando hay una madre colombiana llamando desde una cabina telefónica a su país, para poder hablar con su hijo unos míseros veinte minutos? Una mujer que ha dejado todo lejos, para poder ofrecer un futuro a su hijo y a su familia; que se encuentra sola en un país que, muchas veces, peca de racista y de despiadado con los extranjeros…ella sí que tiene todo el derecho a llorar y quejarse.
También podemos abrir un poco los ojos, y reparar en el indigente que, ya empezando a hacer frío, tiene que pararse a buscar en la basura algo de comer, o algo de abrigo. Un hombre que, por x motivos, no es capaz de trabajar, y no tiene algo tan simple como un techo bajo el que dormir. Y no es tan fácil como decir que si no trabaja es porque no quiere, porque todos sabemos que en la mayoría de los casos no es así. Hay gente con problemas muy serios; gente a la que una depresión ha llevado a perderlo todo, o drogodependientes a los que su enfermedad les quitó lo poco que tenían…ellos sí que tienen derecho a enfadarse con el mundo, y a maldecir su suerte.
¿Y qué pasa con las madres solteras? Mujeres que sacrifican todo su tiempo y sus fuerzas por sacar adelante a tres críos. Mujeres cuyas manos están llenas de callos de limpiar escaleras y de servir mesas; que podrían haber hecho una elección más egoísta, y sin embargo no la hicieron, y que están ahí, explotadas por un jefe sin principios, tragando y tragando sin plantearse siquiera lo que ellas querrían para sí.
Estas son tres historias muy simples, y que al andar por la calle podemos encontrar sin esfuerzo. Todos los días nos cruzamos con ellos en el metro, en el supermercado, en el estanco. Y sin embargo estamos ciegos; absortos en nuestros problemas, que parecen ahogarnos, y que si nos parásemos a valorar, nos parecerían infantiles y estúpidos.
Creo que, muchas veces, tenemos más suerte de la que somos conscientes la mayor parte del tiempo. Le damos una excesiva importancia al trabajo, al dinero, a los problemas menores…a veces parece que nos hemos olvidado de pararnos y buscar el norte; de sentarnos y aclarar lo que realmente importa en esta vida.

Ayer volvía caminando a casa, por la tarde, y vi cómo dos viejecitos, sentados en una terraza, se tomaban un batido. Daban una imagen muy tierna, los dos solos, sentados al fresco, tomando un batido. Tal vez su cuerpo no tolerara algo más fuerte, o simplemente les gustaría. A lo mejor era el único día al mes en el que se permitían ese capricho.
Sea como fuera, eso me dio que pensar el resto del camino. Tal vez al final no importa el dinero, no importa el trabajo, no importan los problemas…quizá lo único que, al final de nuestras vidas, tiene relevancia, es haberla pasado con alguien que te quiere, que te acepta y que simplemente está a tu lado. Alguien que, cuando todo está ya llegando a su fin, se sienta a tomarse un batido en tu compañía.
Estoy seguro de que si a una persona exitosa, sin problemas de salud, económicos o laborales, le preguntas cuál es su mayor problema, te contestará que la soledad…y eso todavía tiene solución.

lunes, 22 de septiembre de 2008

La ciudad sin límites...¿o no?


Hoy he caído en la cuenta de una cosa: parece que últimamente está de moda largarse de Madrid. Varios amigos han decidido que este año es el idóneo para largarse y desaparecer un poco del mapa. Unos se han ido a dar la vuelta al mundo, otros se van simplemente de vacaciones, otros se van a vivir a otros países, otras ciudades… incluso otros, que no se han ido, se están planteando seriamente cambiar de aires.
Yo me he puesto a pensar en ello; en si realmente Madrid me ofrece todo lo que quiero. Me planteo si a lo mejor he estado embotado, sin pensar ni por un momento en vivir en otro lugar, y sin darme cuenta de que tal vez la ciudad está quedando vacía (de oportunidades y de gente). ¿Es que Madrid ha pasado de moda? ¿Será que Aguirre y Gallardón han convertido a la capital en una ciudad aburrida, o es que otras ciudades vienen pisando fuerte este año, y están dejando muy atrás a la Gran Vía?
Está claro que hay muchas ciudades, sin tener que salir del país, que se esfuerzan de forma importante por atraer turismo, gente joven y, en general, un cambio de imagen. Ciudades como Barcelona o Granada están cada vez más en boca de la gente joven; organizan conciertos y eventos más al alcance de la mano, ofrecen propuestas culturales mucho más frescas, y tienen un gobierno con una mentalidad quizá más progresista que el de la capital española.
¿Pero qué pasa con los que nos quedamos? Me preocupa pensar que tarde o temprano, toda mi gente va a acabar yéndose de aquí. Tal vez en menos de un año la gente de mi entorno ya ni respire a mi lado. Tendré que aceptar que la polución de Madrid los ha terminado por espantar, y me pasaré la vida viajando de Barcelona a Madrid, de Madrid a Londres, de Londres a Madrid, de Madrid a Granada…

Aún así, ¿será de verdad que la ciudad se está quedando vacía de un modo general, o es simplemente que las personas no aguantan demasiado tiempo aquí, y son sólo los que llevan unos años de rodaje los que se van? Porque es fácil darse cuenta de que la gente sigue viniendo; se sigue renovando la población de estudiantes, de músicos, de trabajadores…pero parece que los veteranos de la ciudad ya han tirado la toalla, y buscan nuevos horizontes y otras opciones y modos de vida.
Me planteo si, en un tiempo, yo lo veré así también; si en unos años estaré cansado de Madrid y querré irme a otro lugar. Hasta hace unos meses para mí era impensable abandonarla, pero la verdad es que, pensado fríamente, sí que es probable que acabe yéndome…y me da miedo pensarlo. Aunque sea algo bastante obvio y de esperar con mi edad, yo nunca lo había visto así, y sí que me asusta pensar que tal vez, casi seguramente, ésta no sea mi última parada.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Desde afuera


Bien. A veces hay que tomar decisiones que no se ajustan exactamente a lo que habíamos previsto. Hay ocasiones en las que parece que no tienes más salidas que hacer justamente lo contrario de lo que habías soñado para poder salir del paso, y quizá, más adelante, volver a ese curso vital que habías prediseñado.

Nos pasamos la vida diseñando y planeando un futuro perfecto, lleno de alegría, facilidad; una carrera perfecta, una pareja ideal, tranquilidad de conciencia…pero en realidad, ese cuento de hadas no suele ser más que una mentira prediseñada. Puedes aplicarla a las series, a películas y a novelas, pero para muchos no será más que eso: una historia vista desde afuera.
¿Por qué nos cuesta aceptar que las cosas no siguen casi nunca el curso previsto? ¿Cuándo empezaremos a contar con los inconvenientes y los factores sorpresa de la vida? Porque cada día que pasa, está más claro que tienen ellos más protagonismo que las cosas que teníamos ya previstas.
Muchas veces nos preguntamos qué estaremos haciendo mal, que por qué nos sale todo tan al revés. Al menos yo me lo pregunto mucho. Es un hecho que no soy una persona con demasiada suerte en algunos aspectos de mi vida, y cada vez que algo va mal, la pregunta es casi inmediata: ¿qué se me pasó?
Me suceden cosas bastante extrañas (no estamos hablando de sucesos paranormales). Casi siempre me veo envuelto en situaciones curiosas que, al contar, trato de hacer cómicas para evitar esas miradas de compasión o pena de la gente, y también, en cierto modo, para intentar ver mis desgracias de otra forma. Eso es algo que he hecho siempre, creo. Disfrazar de chiste muchos aspectos de mi vida es una especie de terapia general, tanto para las personas, que se ríen, como para mí, porque evita que muchas veces acabe superado por los problemas.

No estoy pasando actualmente por una época muy fácil, la verdad. Intento ponerme de puntillas un poquito entre la mierda. Intento divisar un alto en el camino, un claro en medio del frondoso bosque, para poder dormir una siesta, y descansar un poquito del estrés emocional que todo esto me está creando.
Sé que parezco un inconformista, sobre todo si miro atrás y leo algún post de mi propio puño sobre lo mal que me sienta no hacer nada, pero la verdad es que las personas somos así. Además, no trato de quejarme por tener demasiado que hacer, para nada; es tan simple como que en este momento hay problemas mayores que tengo que solucionar en un plazo mínimo, sea como sea. Llevo aplazando esto mucho tiempo, pero creo que la cuerda ya no da de sí, y hay que empezar a llamar a las cosas que nos dan miedo por su nombre; aceptarlas y dejar de vivir en las nubes, que ya no estamos para cuentos de hadas.
Es por eso por lo que intento subir el cuello y olvidarme un poco de mi actual existencia. Intento pensar en mi futuro próximo. Recuerdo que de pequeño, cuando tenía una excursión o algo novedoso que hacer, siempre decía que quería dormirme y despertarme cuando ya fuera ese día. Pues eso me pasa ahora, quisiera irme a la cama, y despertar cuando ese día llegue, y verdaderamente olvidarme de mis problemas. La diferencia es que ahora ya nadie se encarga de solucionarte la vida; mamá ya no está ahí.

Deseo con todas mis fuerzas estar tranquilo, y cada día me esfuerzo por sonreírle a la vida. Espero no cansarme de sonreír antes de tiempo, y que todos mis esfuerzos al final hagan que la vida me dedique una gran carcajada.

domingo, 7 de septiembre de 2008

A mi media naranja...¿la han hecho zumo?


Llega el otoño un poco prematuro. Ya comienza a refrescar por las mañanas…y por las noches. Todos hemos sacado ya el edredón, y, los que lo hacíamos, ya no dormimos más con la ventana abierta de par en par. Las moscas ya no vienen a torturarnos por el día, y parece que las hormonas sexuales comienzan a hibernar.
Empieza a reamueblarse tu cabeza para acomodarse a la vida normal de la ciudad, dejando de lado la dispersión que contagia el verano. Necesitamos dormir más (o por lo menos se nos hace más tortuoso levantarnos de la cama), y empezamos a ponernos propósitos del nuevo año antes de tiempo.
Esto es el otoño. La fase de transición de las vacaciones a la vida real, que parece que intenta darte golpecitos suaves con las hojas de los árboles, que se caen, para que vuelvas a caer en la realidad.

El cambio de estaciones es necesario. Lo dice uno, que ha crecido en la tierra del perpetuo verano, donde la dispersión parece no querer irse nunca, y donde la temporada otoño-invierno no tiene más diferencias con la de primavera-verano que los colores.
El cambio estacional nos cambia el metabolismo, y al cambiarnos el metabolismo, nos cambia el estado de ánimo, y hace que tengamos otras necesidades. Parece que el sexo sin compromiso pierde potestad cuando el verano se acaba, y ya no queremos conformarnos con un “polvo y fuera”. Es como si se nos antojara algo más, una historia romántica típica de las películas americanas. ¿Será el otoño la estación de la búsqueda del amor?
Podría ser. Podría ser que cada año, al llegar el verano, nos tomáramos unas vacaciones de la búsqueda amorosa, y simplemente sucumbiéramos a nuestros instintos primarios. Como un sueño REM para restablecer nuestra psyche, y volver con todo nuestro esplendor a la carrera por la relación. ¿O tal vez no?
Otro punto de vista es que uno esté un poco saturado de decepciones, y que haya desarrollado una apatía transitoria ante las relaciones (sexuales o más allá), porque está cansado de raros y cafres. Quizá sea yo el único que se siente tan influenciado por el cambio de estación, y necesite adaptar mi vida sentimental a las desavenencias del clima: verano-calor-polvo; otoño-nostalgia-búsqueda del amor.
Estoy seguro de que hay personas que nunca descansan de esa búsqueda de la media naranja, así como otros que, como dice un amigo, afirman que a su media naranja la hicieron zumo. ¿Será eso verdad? Con el otoño, ¿nos estaremos introduciendo de nuevo en una carrera de fondo en la que, probablemente, no encontremos meta? ¿Las medias naranjas estaban ya mal contadas desde el principio, o es que algunas se cayeron del camión, fueron exprimidas por las ruedas, y ahora toda la fruta está ya vendida?

Aún es pronto, el otoño no ha llegado del todo, pero ya se empieza a sentir el frío y los andares taciturnos de la gente por la ciudad. Y claro, uno que se da cuenta, empieza a necesitar vitamina C…

jueves, 28 de agosto de 2008

La neurosis


La perfección no existe. Parece que vivimos constantemente esperando que los demás metan la pata, que demuestren flaqueza ante algo, alguna manía o rareza intolerable. Una excusa para decir: si es que son todos unos raros.
Cuando conoces a alguien nuevo en un momento de desfase, de calentón, te preguntas más bien poco sobre el otro. Te fijas mínimamente en su físico, a qué huele, como se expresa…y sin más, vas al tema.
El problema suele venir al día siguiente. Al despertar ya no todos los gatos son pardos. El Jean Paul Gaultier (que últimamente debe estar de oferta) ya se evaporó, el susodicho tiene la cara hinchada, y le huele el aliento. Además, después de un ratito de conversación forzada te das cuenta de que a) o no tiene muchas luces, o b) es un imbécil. Entonces, muy dignamente, te dispones a contarle lo ocupado que vas a estar hoy. Le comentas como de pasada lo mucho que tienes que estudiar (eso si el individuo es perspicaz), o creas silencios incómodos con una finalidad única. Casi siempre el resultado es una conversación de este estilo:
- bueno…me voy a ir, que tengo que…x
- ¿sí? ¿te vas? ¿Y eso?
- No, sí, que ya es muy tarde y blabla…
- Claro…bueno no te preocupes. ¿Sabes llegar al metro?

Y ya está. Si no coges más el teléfono, o te dedicas a dar largas, el daño no va a ser mayor que un lavado de sábanas.
Otras veces, sin embargo, pasa que sucumbes, y hasta vuelves a quedar. Lo cual al cabo de los diez minutos te hace ver que eso fue un craso error. Porque a) o no tiene muchas luces, o b) es un imbécil. Entonces pones en práctica la conversación tipo de antes, ya que nunca es tarde si la dicha es buena…

Pero claro, ¿qué pasa cuando, de pronto un día, no sólo no te apetece echarlo de tu cama y de tu casa, sino que además descubres que a) no parece retrasado, y b) no parece imbécil? Se te descuadran las cosas. Porque además no usa Jean Paul Gaultier (por suerte), ¡y no tiene mal aliento! Encima dice cosas coherentes, tiene gracia y su cara no parece un Picasso.
En estos casos dejas pasar el día, pensando que en algún momento sacará su fea cara. Pero pasan las horas, y todo va bien…no ha mutado por el momento, y hasta hay química. Es más. Pasan los días, y sigues viéndolo, y todo sigue yendo bien. No hay cosas raras en su forma de vestir, ni en su forma de hablar, no es ni excesivamente tímido, ni excesivamente extrovertido. Es atento, limpio, y es capaz de mantener una conversación.
“Algo tiene que fallar”, te dices. No puede ir tan bien. Parece normal. Es entonces cuando te crees tu propia mentira, y te pones alerta. Examinas minuciosamente todas sus formas, su entorno. Sus frases. Analizas hasta cómo escribe. Y cada vez que no das con nada fuera de lo normal dices: ¡mierda! Se me escapa algo. Algo tiene que tener: un defecto, una manía oculta. Seguro que es vegetariano… ¡algo!

Pero nada aparece…y pasan los días. Y te dices que, o estás perdiendo facultades de sabueso, o has dado con uno normal. Uno de esos que ya no se ven mucho. Que ni tiene una novia que lo abandonó por su mejor amigo, ni un ex maltratador, ni antecedentes de intentos de suicidio…
Y lo triste es que me sorprenda de que esto pueda pasar, y que esté constantemente buscando errores en los demás. Quizá debería dejar respirar a la neurosis, ¿no?

miércoles, 6 de agosto de 2008

Ladrillos; Sol; Soledad


Estoy en el camino. Pero el camino tiende a cansar. Parece que el camino se hace cuesta arriba a medida que avanza.
En el principio todo eran emociones; todo era novedad, intriga, ilusión. Pero a medida que avanzo las cosas se ponen más exigentes. Parece que todos los ladrillos del cielo esperan impacientes para lanzarse sobre tu cabeza cuando pasas por debajo.
Quizá el primer ladrillazo duele. El segundo molesta. Al quinto empiezas a pensar si sólo será mala suerte. Pero al decimocuarto ladrillazo ya estás tan acostumbrado que ni reparas en ellos.
Te das cuenta cuando te tomas un alto en el camino. Te sacas las zapatillas de caminar y te pones las chanclas. -Basta de ladrillos –te dices, y te retiras un tiempo de tu vida. La sensación que tienes en el cuerpo ya no reconforta tanto cuando estás cansado. Tus metas empiezan a nublarse, como cuando el sueño y el cansancio te impiden pensar bien después de un día difícil. Y te replanteas cosas. Te replanteas los métodos que usas para alcanzar los objetivos; ¿serán suficientes?, ¿serán demasiados sacrificios?, ¿soy yo, o vivimos con la sensación de estar haciéndolo todo mal? Necesitas un tiempo sin ideas, sin problemas que resolver. Las vacaciones parecen ser una buena opción; una opción necesaria.

Pero resulta que las vacaciones no te garantizan un cerebro diferente, o una forma de ser distinta. Qué va. Las vacaciones te sirven para ahondar en ti (más, si cabe). Y de pronto te encuentras con que los ladrillazos eran algo tan habitual que te han provocado síndrome de abstinencia. La ausencia de ladrillazos no acaba de convencerte.
Sin comerlo ni beberlo, vuelves a tener 13 años, es verano y no tienes absolutamente nada que hacer. Nada, más que pensar. Y es cuando te das cuenta de que ya no estás hecho para la pasividad. Que los años han pasado, y que tú ya no eres la misma persona. Que las personas han cambiado, y que no habéis cambiado en la misma dirección. Que tienes responsabilidades, y que por mucho tiempo que descanses tú de ellas, ellas no van a descansar de ti.
Y te invade la sensación de soledad; la impotencia de estar en un lugar al que ya hace mucho que no perteneces y el nihilismo de las vacaciones. Los ladrillos brillan demasiado por su ausencia (casi encandilan), pero además te das cuenta de que no todo era ladrillos en el camino. También había risa, movimiento, sensación de autorrealización, búsquedas…descubrimientos. Y ahora no hay nada, sino sol, soledad y mal sabor de boca. Ahora el cielo enladrillado te parece el lugar más reconfortante del mundo. El cielo y lo que te espera bajo él. Tu hogar (que ya no es la casa de tu madre), tus amigos, tu trabajo, tu carrera.

Yo no tengo la sensación de haber recargado pilas en mis vacaciones. Quizá físicamente estoy más saludable. Pero mentalmente me he dado cuenta de que soy un yonqui del ajetreo. Necesito el estrés para mantenerme equilibrado emocionalmente.
Me he dado cuenta de que en cuanto me siento a meditar demasiado tiempo, la ansiedad empieza a agarrarme del pescuezo. Y aprieta, y aprieta. Y ya no tengo 13 años. Nadie me obliga a nada (en cierto modo), y ya no pertenezco a este lugar, a esta vida. Ese Lio hace tiempo que se retiró de escena, y ya no puede volver.
A lo largo de este mes he caído en la cuenta de que ya no hay vuelta atrás. Ya no volveré. He puesto punto y final (parece tarde, pero es así) a una etapa de mi vida; una etapa que no cambiaré por nada, pero que ya no casa conmigo, porque estoy en una etapa quizá no mejor, pero sí necesaria para mí.

lunes, 21 de julio de 2008

sexo y forma de comportarse




Los seres humanos somos criaturas muy complejas. Presumimos de nuestra capacidad de raciocinio, y de lo especiales que esto nos hace. Y sin embargo, nos movemos por impulsos sexuales casi todo el tiempo.
Todos nuestros actos tienen un fuerte componente sexual inherente. Desde arreglarnos para salir de marcha hasta ducharnos o afeitarnos. Puede que suene excesivamente freudiano, pero si lo pensamos no es tan difícil de entender.
Buscamos la aprobación de los demás, ya sea física o mental. Y la forma más accesible, o más sencilla para encontrarla para el ser humano es mediante el sexo. Porque seamos sinceros, ¿no es más fácil conseguir algo de alguien cuando hay atracción sexual de por medio? Mismamente, cuando hacemos una entrevista de trabajo, aparte de hablar de nosotros y pintar nuestra experiencia como buena, todos coqueteamos un poco. Vamos bien vestidos, oliendo lo mejor posible, y reprimimos algunos gestos para gustar más. Es de calle que si además de tener un curriculum bueno, estás bueno, el trabajo probablemente sea tuyo (siempre y cuando eso, haya atracción sexual de por medio).
Habiendo estado detrás de la barra, y estudiándome a mí mismo, en las discotecas es más probable que atiendas antes a alguien que es guapo, que a alguien que no lo es tanto. O ya no guapo, sino que tenga algo atractivo para uno (ojos penetrantes, unos brazos importantes…un escote sugerente). La razón es que simplemente reparas en su existencia antes que en alguien feo. Esto es un ejemplo clarísimo de que nos movemos por impulsos sexuales.
Recuerdo que hace poco, en mi anterior trabajo, necesitaban personal. La supervisora se encargaba de hacer las entrevistas, y ella era la que decidiría quién era mejor para el puesto. La supervisora en cuestión es una buena amiga mía. En esta ocasión había dos opciones: un chico licenciado en Publicidad, con experiencia en el puesto y que había ido a la entrevista vestido de traje; y otro chico sin estudios, sin experiencia en el puesto, y con un corte de pelo bastante cuestionable. Para mí la cosa estaba clara; el trabajo se lo quedaría el primero (simplemente porque estaba mucho mejor preparado). Pues, para mi sorpresa, mi amiga y supervisora llamó para ofrecerle el trabajo al segundo (al de los pelos). Yo, confundido, le pregunté el porqué de su decisión, y a que no sabéis qué me respondió: ¡ay, es que me encantan los altos!...
El peludo era alto, eso sí, y diez centímetros más de altura te pueden regalar un puesto de trabajo. Al igual que un par de domingas pueden dar a una tía ventaja sobre una que las tenga más pequeñas.
Así son las cosas para mí. Por suerte o por desgracia, no somos tan racionales como presumimos. Somos animales a quienes se le ha dado capacidad de razonamiento, pero con sus instintos afirmados con ahínco. Somos criaturas sexuales.

lunes, 14 de julio de 2008

Errores y decepciones


He cuestionado mis actos. La forma de comportarme con la gente. ¿Me volcaré demasiado en los demás? Muchas veces me queda un mal gusto al fondo del paladar; me desilusiono de una forma demasiado drástica, y me doy de bruces con al asfalto.
Cuando las cosas me decepcionan, me decepciono por dos, porque es como si una vez más no hubiera sabido ser realista; como si una vez más estuviera dando más de lo que voy a recibir.
Me pasó esto con una persona hace algún tiempo. La conocí en un periodo breve, del que apenas disfruté, y cuando regresé a mi vida habitual, mi mente rellenó los huecos de las cosas que no había habido; conversaciones, miradas.... Fue uno de esos momentos en los que parece que estás predispuesto a engancharte de alguien. Pensé y pensé, y desvarié mucho, por supuesto siempre siendo consciente de la situación (la distancia era grande) y de las circunstancias, pues cuando nos conocimos no llegamos a nada muy profundo, emocionalmente hablando.
Hace poco volvimos a vernos. Ya me había olvidado bastante de la historia; simplemente ocupaba una posición platónica en mi cerebro. Estaba un poco nervioso por ver como sobrellevaba la situación. Me preguntaba si sería capaz de mantenerme como un témpano como es habitual en mí. Y al vernos, y contra todo pronóstico, ya no sentía nada. Me di cuenta de lo poco realista que había llegado a ser (muchas veces lo soy).
La cuestión es que vi que la historieta que había fabricado era irreal. Ni era tan bonita, ni era tan pseudoprofunda como yo la veía. Era nada; quizá hasta había sido masoquista y perjudicial, por supuesto por mi culpa. Vi que había hecho una montaña de un grano de arena, y en ese momento, mi mente lo superó, y como la nada que era quedó.
Un tiempo después, sin embargo, haciendo promoción de mi forma de ser, decidí conservar la amistad. Intenté que todo esto pasara sin pena ni gloria por su vida (pues nunca se enteró de mis divagaciones, o al menos eso pensaba). Y me “esforcé” por retomar la relación, por normalizar la situación. Pero una vez más, me esforcé demasiado por algo que, hace unos días (y después de meses), vi que no había valido la pena. Estuve en su día malgastando tiempo y capacidad cerebral en algo que no tenía ni pies ni cabeza. ¿Tal vez nunca lo tuvo? Puede ser, pero el caso es que lo viví como si pudiera haber existido algo más; algo profundo. Y es que hay veces que, en la persona más helada crees encontrar un refugio, o una pequeña luz que te dice que hay algo más en su interior; una vocecilla que te dice: busca. Por eso la sensación de decepción, y la de autodecepción de rigor entonces, fue brutal.

Por todo esto, volviendo al principio, es por lo que he cuestionado mi forma de comportarme con los demás. No es la primera, ni será la última vez que me vuelque en exceso. Es algo que va conmigo. Siempre cuento con los demás de la misma forma en la que soy consciente que pueden contar conmigo. Pero muchas personas son agrias; son frías para profundizar, y son capaces de conseguir que te sientas como una polilla golpeando la tulipa de una lámpara; incapaces de aportarte una sensación amable.
Esto es algo muy molesto; me ofende ser así. Me queda mal sabor de boca, porque sé que si me viera desde fuera, me daría la sensación a mi mismo de ser alguien sin amor propio, a quien se le puede dar desplantes y azorar sin repercusión; uno de “aquí no ha pasado nada”. Y no soy así, ni mucho menos.
No soy de piedra; necesito ver algo por parte de los demás, porque si no, con el tiempo, las cosas (como en este caso) se rompen, y alcanzan un punto de no retorno, porque ya no me interesa sentirme así. Está claro que no todo es color de rosa, sí, pero creo que las cosas en la vida ya son bastante ácidas, como para echarles más limón. Creo que muchos males se solucionarían con un poco de empatía, franqueza y buena fe. Y no sé, tal vez esta última frase sea mi error para con los demás, ¿no?

lunes, 7 de julio de 2008

Las imbecilidades de lo habitual


Bueno. Pues aquí estamos de nuevo, escribiendo. Cuánto tiempo. He estado un poco ausente porque estaba de exámenes, y no he tenido mucho tiempo para pensar sobre temas demasiado profundos.

He meditado unos diez minutos, y creo que todo el estudiante que lea mi blog estará de acuerdo en que, aunque sea pleno julio, es hora para nosotros de hacer un balance del año (académico). No voy a preguntar sobre notas, por supuesto…me refiero al año académico en general.
El mío ha sido bueno. Este año me ha ayudado mucho a descubrirme a mí mismo, y esto me ha llevado a acercarme mucho más a mis amigos y a mi familia. El 2008 me ha traído alguna que otra desgracia, como a todo el mundo. Pero como buen pesimista que soy, no iba a creer que todo sería rosa.
Lo importante del balance es todo lo bueno que he conseguido. Y esta es otra de las cosas que he, digamos, “he aprendido” a lo largo del 2007/2008: que de vez en cuando hay que sentarse y valorar lo bueno que te ocurre, porque si sólo damos importancia a lo malo, al final la existencia acaba siendo un poco melodramática, y nos transformamos en bichos grises con aguijón, ¿no?

Hablando de este año, ya que estamos, decir que esta mañana le he echado una ojeadilla a mi humilde blog. Y, miren por dónde, he caído en la cuenta de que ¡el día 14 del mes pasado cumplió 1 año! Se me hace raro, la verdad. En mi mente está recién creado, y tan verde como estoy yo. Pero no, resulta que ya ha andado un poquito, y se supone que ha aportado cosas a la gente que lo lee (que no sé todos los que sois, pero muchas gracias por leerlo, aún así), y que por supuesto me las ha aportado a mí.
Cuando creé este blog no sé que pretendía, si mostrar lo que siento y pienso sobre la vida, o descubrírmelo a mí mismo. No sé. El caso es que tengo la sensación de que ha sido más relevante para mí de lo que esperaba. Ha pasado bastante de puntillas en mi día a día, sí, pero para mí es un documento de cómo puedo haber cambiado en un año; cómo puedo haber madurado. Soy un niño y lo sé, pero quizá tras un año ya haya conseguido pasar a mi pubertad emocional y vital.
He hablado aquí sobre mí, sobre mis amigos, sobre mi familia; y quizá de forma más implícita sobre mis historias de amor, el sexo, las decepciones. Todas estas cosas que todo el mundo vive, y que son tan habituales como enigmáticas. Cosas de lo habitual; imbecilidades de lo habitual, de hecho, que todos los días nos hacen replantearnos nuestro rumbo en la vida.

Y sin más, una vez más GRACIAS a los poquitos que leéis esto, porque me hace sentir que penetráis un poquito en mi cabeza, y que sabéis más sobre mí sin tener que decirlo. Y eso, como a todo el mundo, me reconforta.

lunes, 26 de mayo de 2008

La realidad de las cosas


Nos dejamos llevar por los problemas ajenos. No sabemos qué hacer cuando nuestros problemas nos superan, y sin embargo nos volcamos y adquirimos un grado de empatía para con los demás inmenso. ¿Es que tenemos una especie de complejo de Madre Teresa? ¿Será que, al verlos de modo objetivo, nos es más fácil resolver los problemas ajenos y preferimos volcarnos en ellos que en los propios, o es más bien que nuestro lado morboso hace que nos acerquemos a la persona necesitada, para así hacernos sentir más reconfortados en nuestro pellejo, a fuerza de comparar?
Hay una persona muy cercana y querida que ahora mismo lo está pasando mal. Sus problemas se han vuelto una bola bastante grande y ahora no sabe qué hacer para salir del bache. Se siente ahogada, desolada y cree que es imposible que nadie pueda ayudarla. Ciertamente las cosas se le han torcido bastante, y la verdad es que se encuentra en una situación en la que seguramente muy poca gente se ha visto alguna vez.
El problema es que la situación en la que está ahora no es nada más allá que la consecuencia de un comportamiento un tanto irresponsable con respecto a su vida, digamos, en general. Podemos verlo como que hace tiempo que las cosas no le van demasiado bien, y esto ha hecho que se dejara estar, que no se preocupara de solucionar ciertos problemas cuando aún eran solucionables, y que no se planteara adónde la iba a llevar todo eso. ¿La consecuencia? Habiendo un hijo menor de por medio, la pueden imaginar. Y es que nuestros actos, aún no siendo demasiado equívocos, cambian de cariz cuando hay otros factores como el que hay en este caso de por medio. Yo he intentado muchas veces ayudarla, obviamente desde la situación en la que me encuentro, y contando con que esta persona se dejará ayudar pero sin perder de vista que son sus problemas, y no los míos. Pero no ha sido posible. En mi posición no he podido hacer más que actuar de apoyo psicológico, y poco más. Por supuesto lo he hecho desde lo más profundo de mi corazón, porque –ya he dicho- es una persona intima.

Hoy he estado hablando con una amiga acerca de ello. Tenemos a esta persona en común, y ella me comentaba que se sentía muy mal por la otra, porque imaginaba que lo estaba pasando inmensamente mal, y no sabía cómo ayudarla. Mi respuesta la pueden imaginar: no puedes ayudar a nadie que no quiera ser ayudado. Y es que esta persona, llamémosla X, no ha sabido aprovechar los consejos y la ayuda que muchos como yo hemos intentado brindarle en innumerables ocasiones. Mi respuesta sonó un poco frívola y despreocupada, pensándolo ahora, y seguramente a mi amiga le chocó. Pero no fue nada más lejos de mi intención. Si supiera que lo que yo haga va a tener algún resultado positivo en X, no dudaría en volcarme en el tema, y mucho más siendo quien es. Pero el caso es que (por supuesto, teniendo en cuenta que nunca le negaré ayuda, pase lo que pase) ya me he vuelto escéptico al respecto. Me cuesta creer que por mucha ayuda que le brinde ésta vaya a servir de algo. Es como que en este caso he vislumbrado la línea que separa lo que son los problemas de otros, de mis problemas. Y no por egoísmo, ni mucho menos, sino por experiencia.
¿Es que nos volvemos frívolos y despegados con el paso del tiempo, o simplemente caemos en la realidad de las cosas?

domingo, 27 de abril de 2008

Algo pasará


Cuando me subí en el avión que me traía de vuelta se me pasó por la cabeza. No lo voy a negar. ¿Qué hubiera pasado si lo hubiese dejado todo? Todo por lo que he luchado durante estos años, todo por lo que he discutido; todo lo que se supone que era correcto para mí. ¿Qué hubiera sucedido si en lugar de eso me hubiera quedado con mi familia y con el lugar donde crecí? Adiós al trabajo, a la carrera, a los dolores de cabeza, a las prisas, a la mala alimentación…adiós a mi vida. Por suerte o por desgracia el avión ya rodaba por la pista, y mis pensamientos no tuvieron demasiada oportunidad de cumplirse.
No sé si hubiera sido capaz de hacerlo, aún así. La verdad es que sería lo más fácil. Abandonar todo y dejarme llevar por la vida estática e inanimada. Vivir para trabajar, trabajar para poder comer, comer para poder ir a trabajar…etc, etc.
Claro que la familia es importante. Puede que sin ellos no hubiera llegado a nada en mi vida. Y digo “puede”, por no decir “seguro”, porque siempre han estado pendientes de evitar mis constantes autodestrucciones, o de darme una colleja cuando me anulo a mí mismo. Mi familia es de las cosas más importantes que tengo; ellos son lo que más valoro, y son quizá la única cosa que sé que va a estar ahí cuando, algún día, me caiga de las nubes.

Pero no puedo dejarlo todo. Aún tengo demasiados planes sin crear. Demasiadas cosas que hacer y decir. Sé que todavía no he descubierto toda mi vitalidad; todo lo que soy capaz de ser y de hacer, y de ofrecer. Todavía tengo la esperanza de recibir muchas cosas de la vida, de las personas, y sé que aquí es donde quiero querer estar, y donde la mayor parte del tiempo quiero estar.

Creo que estoy llegando a un punto en mi vida de no retorno. Algo va a pasar, lo presiento. Y me gustaría estar presente cuando esto pase.

miércoles, 16 de abril de 2008

La Cara Siniestra de la Anorexia y la Bulimia


La anorexia y la bulimia parecen ser ya temas excesivamente tocados. Parece que la información que recibimos de ellos hace casi imposible que a cualquier padre, hermano o amigo del que la sufre le pase desapercibido. Y sin embargo, algo que leí hace muy poquito me abrió los ojos y me hizo ver que estas dos enfermedades, muy ligadas, siguen en auge, solo que de forma más camuflada.
¿Camuflada dónde? Pues en un lugar mucho más cercano y accesible de lo que pudiera parecer. ¡Un Blog! Un Blog donde una enferma publica trucos, comentarios de aliento hacia otros enfermos, y divagaciones que traspasan la barrera de lo moral. Pro Ana y Mia es como ha bautizado a su Obra esta muchacha. Obra que es bastante visitada, para ser un blog, y donde –supongo- las pobres niñas enfermas que lo visitan quizá consiguen sentirse comprendidas y menos distintas.
En este fabuloso blog puedes encontrar trucos para “conseguir la perfección”, como ella enuncia. Métodos para evitar comer más de lo necesario para mantener los ojos abiertos; “bebe mucho agua, te sentirás llena y no querrás comer”, o “si tienes comida familiar, no comas nada el día anterior”. Excitante, ¿verdad?
Pues no. No es para nada excitante, obviamente. Está claro que la chica que escribe el blog (e intuyo que es una chica por la forma de dirigirse a los lectores, que puede que me equivoque) está enferma. No sé en qué fase de la enfermedad estará. Puede que aún esté “sana” físicamente, o puede que ya apenas pueda enfocar la vista. Sea como sea, no puedo sentir lástima por ella. No puedo sentir lástima de una persona que arrastra a tantas personas aún sin formar a la miseria por la que ella pasa.
Y no es ella lo que más me indigna, pues no deja de tener un problema médico. NO PUEDO ENTENDER COMO SIGUE ESE DOMINIO EXISTIENDO AÚN. En los comentarios no sólo hay opiniones de gente que busca consejo en esta trastornada, sino de gente que la pone verde, y que se indigna al leerlo. Es decir, no soy el único que ha reparado en su puta existencia. Y, aún así, existe la URL.
La libertad de expresión tiene un límite, y creo que en este caso la han sobrepasado con creces. Estos trastornos son ya lo suficientemente difíciles de sobrellevar para los que los sufren en sus cuerpos, para sus familiares y para sus amigos, como para que haya personas que utilizan su mente retorcida para divinizar de forma tan grotesca la enfermedad.
No me cabe en la cabeza que nadie haya hecho nada aún.

Aquí pego la URL: www.pro-anaymia.blogspot.com.

sábado, 12 de abril de 2008

sé que tengo que añadir una nueva entrada o algo, pero es que estoy passando por una época de no-inspiración, así que para escribir chorradas, prefiero callar...
sorry

martes, 18 de marzo de 2008

¿romántico o práctico?


¿Es justo que la gente se conforme a la hora de decidir compartir el resto de su vida con alguien?
Nadie es perfecto, eso está claro. Pero es cierto que, a medida que crecemos, nos vamos poniendo una especie de mínimos o virtudes que debe tener nuestra futura pareja que, a la hora de decidir, nos sabrán indicar si estamos escogiendo de forma correcta y justa para con nosotros mismos.
Sin embargo, a medida que te haces adulto te vas dando cuenta de que no todo es de color de rosa; de que ni tú eres como esperabas ser, ni las personas con quienes te vas relacionando lo son. Y que algunas no cumplen, ni de lejos, los mínimos que a lo largo de tu desarrollo te habías impuesto. Es entonces cuando creo que comenzamos a bajar el listón; a conformarnos.
De pronto nos encontramos con que exigimos menos en la persona inventada con la que queremos estar, y ahora toleraríamos cosas que, quizá en otras circunstancias (siendo más guapos, más inteligentes, más altos o más bajos, o teniendo simplemente más donde elegir), no hubiéramos tolerado. Es como que, en cuanto al “amor”, vamos aprendiendo a tragar y perdemos la capacidad crítica. Y claro, hay gente que es de la opinión de que, como nadie es perfecto, hay que conformarse con lo que, de alguna manera, más se acerca a lo ideal (aunque tampoco esté demasiado cerca); es decir, dejan de buscar y se amoldan.
Pero eso es, cuanto menos, injusto. ¿No lo es? Quiero decir, ¿no es injusto que tengamos que conformarnos a la hora de escoger a alguien que va a estar ahí (en un principio) siempre? ¿No es eso un acto de lo más cobarde? ¿Y no puede eso ser en gran parte miedo a la soledad? Viene a hacer alusión al refrán de “más vale pájaro en mano que ciento volando”. Es como que si lo quieres todo y luchas por tenerlo corres el riesgo de quedarte sin nada, y en base a eso haces tu elección.

Ahora bien, no creo que esté muy claro qué punto de vista es el correcto. ¿Con cuál te quedarías? ¿Escogerías la opción práctica y acabarías conformándote, o te quedarías con la visión romántica, y esperarías hasta encontrar a la persona idónea, aunque eso te condujera a la soledad?

lunes, 10 de marzo de 2008

las cagadas vitales


¡Qué tiempos aquellos...! A veces echo de menos la forma de percibir que tenía cuando era un niño. Me encantaba observar mucho las cosas, analizarlas mucho, darles vueltas. Y así sacar mis propias conclusiones de la vida; del funcionamiento de las cosas a mi alrededor. Todo era más fácil, porque una vez sacaba las conclusiones pertinentes sobre algo, nadie me lo iba a rebatir, porque era un puto crío, y a nadie le importaba mi teoría de la realidad.
Ahora las cosas son distintas. Por una parte no tanto, porque sigo observando las cosas, y dándoles vueltas, y analizándolas…, pero con mucho menos tiempo y con muchísimo más margen de error. De adultos tenemos tantas cosas en la cabeza que no podemos estar a todo. Es lo que ese dicho dice (valga la redundancia), “el que mucho abarca, poco aprieta”.
Además, por supuesto, ahora hay que tener muchísimo más cuidado con las conclusiones que se sacan, porque casi seguro que un mal juicio te va a llevar a error, y por ende, este error te llevará a cagarla en algún punto de tu vida. Ya no es tan fácil como sentarse a observar y aprender, ni mucho menos. Seguimos aprendiendo, sí, pero de una forma menos contemplativa estilo cuento de hadas; de un modo más torpe, como a trompicones. Ahora estamos como en el practicum de la vida. Ya no hay teoría. Ahora es todo práctica; aprendemos sobre la marcha, y el que no vale…a empresariales.

Todo eso es una mierda, porque entonces llegar a la edad adulta en realidad solo significa que puedes votar. No te garantiza elecciones correctas, ni una vida cómoda o una personalidad fuerte y estable. Para nada. Es más, nos desquiciamos cada vez más a medida que cumplimos años. Somos cada vez más inestables por culpa de las responsabilidades que ganamos, y también por culpa de ellas, con el tiempo elegimos peor. Tenemos menos tiempo, menos ganas y más presión; es decir, ERROR.
Así que sí. Parece que en el mundo, a medida que crecemos nos hacemos más pequeños… es como que no nos damos mucha cuenta de cuándo pasamos de ser niños a ser adultos, y de cuándo nuestras decisiones van a pasar de ser meras irrelevancias para el cosmos, a ser importantes y a tener repercusiones serias sobre nuestra existencia.
Es un estrés. Ya no nos podemos sentar a observar y a hacer conclusiones ideales, qué va. Ahora es como si una cuerda atada al cuello tirara de nosotros, arrastrándonos por la carretera a una velocidad importante, y nosotros tuviéramos que ir decidiendo nuestra vida sobre la marcha, preocupándonos de que no se nos escapen los objetivos del alcance de la vista. Porque sí, lo que quede atrás…quedó. No hay vuelta. Rectificar es de sabios, claro, porque a ver quién es el listo capaz de parar la vorágine y remontar.

¿La conclusión? Pues yo creo que a la que siempre llego. Que la vida es perra, pero divertida también. Y que no hay que desesperar. Que todo nos parece muy estresante y desenfrenado en nuestras vidas, pero que cuando nos jubilemos ya tendremos tiempo de sentarnos a observar en nuestra silla, en el portal de casa (como las viejas de los pueblos, que desde que apareces en la lejanía, no quitan la vista hasta que doblas la esquina). Además, inconformistas como somos, seguramente entonces echaremos de menos el estrés de la juventud, y tendremos una sensación de nostalgia que, ahí sí, no tendrá vuelta atrás. Así que lo dicho, ¡a disfrutar del estrés y de las cagadas vitales!

lunes, 3 de marzo de 2008

hoy me siento en potencia


Hoy me siento en potencia. Siento que soy capaz de hacer muchísimas cosas. Me siento joven y activo; capaz de hacer millones de cosas y de disfrutar de millones de situaciones. Me encantaría sentirme siempre así. Es reconfortante, la verdad. Pero, seamos francos, hay cientos de millones de personas en el mundo, y fijo que, como yo, todas ellas en algún momento se han sentido así. Y claro, quién me dice a mí que yo voy a ser de los pocos que harán algo importante de verdad. Algo interesante y fructífero.
A veces me desespero. Me siento como “en proceso de”. Todo es un proceso para mí en este momento: estoy en proceso de encontrarme a mí mismo, en proceso de terminar la carrera, en proceso de encontrar un lugar en el mundo… todo es un largo proceso que (creo en mi subconsciente) me va a llevar a un punto, y que cuando esté en ese punto voy a estar en mi máxima. ¿Pero llegará ese momento alguna vez?
A lo mejor todo eso es simplemente un engaño del subconsciente para mantenernos vivos; con esperanza de, todavía, poder ser algo en la vida. Y no me refiero a un oficio, una función profesional o social, no. Hablo de algo más allá. Es como si todos en el interior supiéramos que allá a lo lejos, en esa parte que nuestra limitada vista todavía no divisa, hay ALGO que nos espera. Algo que va a zarandear nuestra vida “en proceso”, y que allí es donde podremos sonreír y decir “vale, aquí es adonde quería llegar”.
Lo que yo me pregunto es si eso será cierto. Si algún día voy a experimentar eso. O sea si todas las personas del mundo sienten eso, ¿hay lugar en ese horizonte para todos? Ya sé que me quedan muchas cosas por delante; sé que aún no he tenido ocasión de saborear ni el diez por ciento del menú que me han puesto (sí, que me han puesto, porque en todo este tiempo no he visto muchas cartas que digamos) delante. Pero bueno, mientras nadie me trunque la imaginación, yo no tengo intención de parar de darle vueltas a estas cosas, porque a lo mejor esto me sirve para estar alerta. Quién sabe. Tal vez a mucha gente le llega ese momento cumbre (ahí en el horizonte) y no se dan por enterados. Vale, ya sé. Puede que no necesiten darse cuenta y que sean muy humildes, y que se conformen con poco, y que simplemente sean felices con el curso de las cosas, y todo lo que quieras. Pero no hay nada que me de más miedo que no disfrutar las cosas cuando se me ofrecen. No hay nada en el mundo más horrible que el miedo; la inseguridad y la incertidumbre, porque el miedo se hace poco a poco con las vidas de las personas hasta controlarlas, y esto les (nos) impide disfrutar de las experiencias y las sensaciones en el momento en que se presentan.
Muchas veces me pasa que, al recordar algo vivido, lo recuerdo de una forma más idealizada que como realmente lo viví en su momento. Y entonces me pregunto cuál es la realidad. Con qué sensación debo quedarme. Es una mierda saber que en muchos momentos de tu vida estabas disfrutando, ¡y ni te estabas enterando!! Es de coña. Es que no podemos controlar ni eso. Y todo por culpa del miedo. El Miedo Global hacia todas las cosas bonitas que existen que se nos va enraizando en el cerebro desde que nacemos. La mente es muy sabia, y nos deja recordar las cosas sin el factor miedo jodiendo, sí. ¿Pero a quién le echo la culpa de no poder disfrutar las cosas en su momento? claro, sí. A la sociedad. Pero no es solo suya, porque ¿quién se encarga de procesar todas las chorradas que se nos enseñan? Pues claro. ¡La mente! La mente puta…y su maldito sentimiento de culpa.

miércoles, 20 de febrero de 2008

qué idiotez

¿Qué es lo que estoy haciendo con mi vida? Qué hago deprimiéndome por todo, por cada estupidez a la que le doy importancia? Tengo apenas 22 años y me siento viejo por dentro. Basta ya. Telarañas fuera. El mundo está lleno de experiencias vitales, de lugares, de gente interesantísima por conocer, de sueños que cumplir y de sorpresas por encontrar. No voy a pasarme el resto de mi juventud compadeciéndome de mí mismo; sufriendo por cada cosa desagradable que me pase, porque aún queda mucho tiempo para que las cicatrices se cierren y las cosas mejoren. La nostalgia es para otras personas. La nostalgia es para la gente que desea vivir cosas que ya no puede vivir. Y sí, todos hemos tenido esa sensación alguna vez, pero a mi edad es casi seguro que vendrán cosas mejores. Realmente empiezo a pensar que la vida no me sonreirá hasta que yo no le sonría a ella, y la verdad, hace mucho que ni la miro a la cara.

lunes, 18 de febrero de 2008

La inspiración se fue


La inspiración se ha ido. Llevo meses buscando inspiración para escribir, para tocar, para crear algo. Pero no hay nada. Me he quedado vacío.
A lo mejor es que me he dejado absorber demasiado por el día a día; por la rutina, el estrés y los asuntos banales. El caso es que me fuerzo a escribir, a tocar algo bonito, a componer una canción, o simplemente a tener un sentimiento bonito, que no sea nostalgia de algo inexistente. Pero no me sale nada. Me siento impotente; impotente, triste y vacío.
Y se supone que la tristeza suele inspirar a la gente. Algunos compones temas tristes, otros escriben historias de desamor, de muerte, de desesperanza, o simplemente se regodean en su tristeza y eso les hace estar más en sintonía con el mundo, y luego resurgen elevados a su máxima potencia. Pero a mi no me inspira. Estoy totalmente bloqueado por la amargura interna, reseca y pegada a las paredes del estómago. Es como si ya no fuera más que el portador de esa tristeza alienante. Y la cosa es que no sé como sacarla. Es imposible parirla, deshacerse de ella o echarla de alguna forma. Crece y crece, y a veces se hace mas pequeña, y luego, cuando parece que ha desaparecido, vuelve a surgir de la nada. Es como un tumor que no se puede erradicar con terapia alguna.
¿Qué me pasa? ¿Es temporal, o ya se acabó? Se acabó mi etapa de soñador. Mi etapa creativa y artística. Quizá ahora simplemente me limite a existir; a trabajar, a estudiar y simplemente existir. A lo mejor la vida trata de eso. Puede que llegue un momento en la existencia en el que dejas de soñar, de tener expectativas, de querer cambiar el mundo, y simplemente coexistas con las necesidades básicas de un trozo de carne móvil.
Lo único que me queda es desear que algún día algo me haga despertar del estado de quiescencia y volver disfrutar, a crear y así merecer de nuevo la existencia.

miércoles, 23 de enero de 2008

¿Y todo esto, para qué?


¿Es realmente importante preguntarse adónde nos lleva todo? ¿Realmente importan las cosas que nos presionan y nos llenan la mente en el día a día? ¿No sería más coherente seguir adelante para poder compartir algunos buenos ratos con la gente que de verdad importa; con aquellos que realmente están a nuestro lado día a día?
He estado pensando en exceso. Siempre haciéndome preguntas sobre todo; siempre buscando razones, explicaciones de las cosas que me pasan. ¿Pero en realidad qué mas da? Qué me importa para qué me sirva todo, si realmente a la hora de morirme lo único que lamentaré será no haber disfrutado más mi vida. Porque sí, a lo mejor no he llegado a ser lo que mis padres esperaban de mí, y sí, puede que haya defraudado a mucha gente en mi camino, pero bueno, también me han defraudado a mí muchas veces, y he sabido olvidarlo. Aunque a veces lo olvide, también he hecho cosas buenas en mi vida, y de alguna u otra forma me siento orgulloso de haber logrado, aunque de una forma mínima, que el mundo sea un lugar menos asqueroso.
Lo que realmente importa de todo esto es que algún día tal vez volveré a casa, y que al final no importarán las cosas que haya hecho mal. Todo lo malo queda atrás; se hunde y queda relegado en el culo del vaso. Lo que de verdad permanece es lo que nos hace felices, ¿porque de qué va todo esto si no?