martes, 25 de noviembre de 2008

Desde lo profundo del cráneo


Llevo una temporada bastante interiorista. No me apetece contar mis cosas, ni tengo ganas de largas conversaciones. No tengo ganas de preguntarme los porqués de todo, como siempre he hecho. Siento por todo un enorme “¿y para qué?”. Me he vuelto perezoso a la hora de conocer a gente. Me siento decepcionado con muchas de las cosas que esperaba de la vida y de la gente de alrededor; como si siempre esperara más cosas de las que realmente se puede esperar de todo, en general.
Estamos constantemente ilusionados con situaciones, personas, o sueños, que muchas veces, cuando nos detenemos a hacer balance, vemos que no son más que eso…sueños. Y entonces es más duro aún descubrir que estamos despiertos. Las mañanas se hacen menos soportables; las tardes más dispersas; y las noches más sólidas y pesadas. Nos planteamos si tiene algún sentido o nos lleva a algún sitio todo por lo que luchamos a diario. Muchas veces nos lo preguntamos tanto, tanto, que perdemos el norte de nuestros objetivos, y nuestra función en la vida, de pronto, nos aparece empañada en el espejo, porque los sueños eran todo lo que teníamos, y ahora hemos caído en lo absurdo de su realidad.

Con la práctica yo he aprendido a levantarme rápido tras estos baches existenciales. Pero no es algo agradable. Es igual que levantarse de la cama muy temprano cuando la mañana está especialmente helada: sabemos que es algo vital, pero una voz traicionera nos dice desde el fondo de nuestro cráneo que no hay necesidad de hacerlo; que realmente algo que supone tal esfuerzo no puede ser beneficioso.
Sin embargo, con el tiempo aprendes que esa voz es la voz de la negatividad y de la cobardía, y es por eso que te habla en tales momentos de debilidad. En nuestras rachas de fuerza y plenitud no hacemos caso a esa voz; no la escuchamos. Es cuando estamos
alicaídos que esa voz embravece, se cree más poderosa, y nos trata de engañar, para hundirnos en la mentira de que no puede haber un día mejor. Esa es la voz que nos hace preguntarnos si los esfuerzos sirven de algo; nos hace dudar de nosotros mismos, como si hubiésemos construido toda nuestra miserable existencia en torno a una lata vacía y oxidada.
Pero la duda no siempre es lo que parece. No es fácil, pero es necesario que sepamos distinguir. Dudar es la dificultad de elegir. Es de seres humanos, por supuesto, y muchas veces nos salva de cometer errores que nos perjudicarían en mayor o menor grado. El error es que la duda, muchas veces, no es duda sino cobardía, y cuando dejamos que esa cobardía nos posea es cuando nos sentimos absurdos y derrotados.

Una y otra vez caeremos en lo absurdo de la vida y del estilo de vida. Y una y otra vez nos sentiremos derrotados. Pero espero que una y otra vez seamos capaces de darnos cuenta de que la cobardía nos intenta engañar, y tengamos el coraje para empujarla al fondo del cráneo, que es donde siempre tendría que estar. En la oscuridad, olvidada e ignorada…

martes, 4 de noviembre de 2008

Saltar al vacío


A veces es necesario que las palabras fluyan, sin ninguna mesura. Permitir al subconsciente estirar un poco las piernas, y que le dé el sol unas horas. Una borrachera libre de sustancias, provocada por el simple hecho de estar cansado de la continua represión y el constate deber de saber estar, que de alguna forma nos permita conocernos a nosotros mismos un poco más.
Sin medidas; sin pretensiones, ni sueños, ni expectativas fuera de carta. Simplemente ser capaces de vivir en el presente, de disfrutar, de dejarse llevar. Sin la agonía del miedo reptando por la capa interna de la piel. Un merecido respiro, en el que seamos capaces de ser nosotros mismos sin estar necesariamente en la intimidad de una habitación.

Hay ocasiones en las necesitamos despojarnos de las telarañas, quitarnos el polvo, y dejar nuestra capa más íntima a la intemperie; permitir que se sonroje con el frío del invierno. Ser capaces de sentir tanto la vida que nos duela, que nos fascine; que nos dé un vuelco el corazón al enamorarnos y desenamorarnos de la gente, de los lugares, de las canciones. Sin ninguna inseguridad; sin la certeza de que moriremos sin realizar algunos de nuestros sueños. Simple y precisamente tomando esto como aliciente para atrevernos, para arriesgarnos, y para dejar salir a nuestra voz desde las entrañas de nuestra psyche, y que diga lo que tenga que decir.

Un día llegará ese momento en el que, al tocar fondo, tomemos impulso y comencemos a ascender hacia arriba, notando la sensación de vacío en nuestro estómago. Desmenuzando la euforia que nos cause la adrenalina, cuando caigamos en la cuenta de que estamos escurriéndonos hacia las alturas, sin ninguna responsabilidad, deber o necesidad más allá que la de vivir, experimentar y ser tan dichosos que riamos solos.
Un día en el que nada importará, y a la vez todo será importante. Una mirada, un aroma, una vibración…un día en el que cerremos los ojos, saltemos al vacío, y al fin seamos libres.