jueves, 15 de enero de 2009

Genios de la lámpara


Muchas veces dudamos de nuestra capacidad para lograr nuestros sueños. Nos tenemos miedo a nosotros mismos, como si en el momento de intentar correr, nuestro tobillo fuera a doblarse y nos fuera a hacer caer. Sobre todo tememos al cambio, más que a cualquier cosa, ya que solo parecemos preocuparnos por las cosas malas que nos puede traer. Pero ¿qué pasa con las cosas buenas que el cambio podría deparar?

Toda nuestra vida está sujeta al cambio, permanentemente, y nosotros simplemente nos preocupamos por seguir manteniéndonos rectos y firmes mientras el mundo gira. Pero pasa que hay ciertos momentos en nuestra vida en los que no se produce el cambio que a nosotros nos gustaría, y la vida se nos vuelve estática. Es gracioso pensar que en ese momento, el simple hecho de pensar en provocar nosotros mismos esa vuelta de tuerca que hace falta, nos hace temblar las piernas. Ponemos excusas diversas, como si fuéramos de alguna forma a creernos nuestra propia mentira. Tememos al cambio, sí, pero ante todo, nos mata de miedo nuestro propio criterio a la hora de llevarlo a cabo.
Así y todo, tarde o temprano caemos en la cuenta de que no basta con sentarse a esperar a que las cosas lleguen; de que ningún genio de la lámpara te va a conceder tus tres deseos de rigor, y de que no vas a ser feliz hasta que no te veas a ti mismo moviendo el culo por tu propio sueño. Esa sensación de soledad hace caer en depresión a muchas personas, pero a otras nos da la fuerza para dinamizarnos; y es que es entonces cuando dejamos de temer al cambio, y empezamos a temer a la monotonía y a la frustración.
Tal vez a mucha gente le resulte desalentador tener solamente esas dos opciones. Y es que entregarse a lo impredecible da miedo, sí, pero ¿qué da más miedo, arriesgarse o rendirse? ¿Quién es capaz de vivir sabiendo que no ha luchado por lograr las cosas que desea?

Es triste, pero aún hay gente que se pone trabas estúpidas por simple miedo y desconfianza en sí mismos. Personas que se quedan sentadas, y que desde muy jóvenes se han rendido y se han acomodado a su monotonía. A lo mejor aún esperan al genio de la lámpara, sin darse cuenta de que probablemente sean ellos mismos quienes están atrapados en una lámpara, y de que, con toda seguridad, nadie va a ir a frotarla por ellos.