
Los seres humanos vivimos de ilusiones. Vivimos constantemente emocionándonos con situaciones que creemos probables que se den, o con cosas que no tienen ni pies ni cabeza, pero que se ajustan mucho a cómo queremos que sean las cosas.
Incluso con nuestras relaciones, tenemos un ideal preestablecido. Un baremo al que cualquiera que sea candidato a ser nuestra pareja tiene que llegar como mínimo, o de lo contrario…acabaría en fracaso.
¿Pero qué pasa con los que tienen un listón demasiado alto?; o lo que es peor, ¿qué pasa con los que creen que tienen el listón demasiado alto, en comparación con ellos mismos? Sí, hablo de esos que aún quedan, que se consideran inmensamente menos de lo que objetivamente son. Porque aún a esta edad, ya pasada la adolescencia, existen personas tan inseguras de sí mismas, que prefieren vivir la vida sin arriesgarse al rechazo, a pasar por el mal trago. Gente perfectamente válida, inteligente, guapa, con la cabeza amueblada, que cree que por no ser un cliché de pasarela, no le es posible siquiera mirar a ciertas personas. Incluso cuando muchas veces, ellos están muy por encima de esos otros a los que aspiran.
La inseguridad nos limita muchas veces a la hora de emprender, de atreverse, de disfrutar de ciertas cosas. La mayor parte del tiempo buscamos la aceptación de los demás, y pasada la etapa de cambios físicos y emocionales, se supone que debemos aceptarnos tal como somos, y estar a gusto en nuestra propia piel.
Pero por desgracia no siempre es así. Es horrible pensar la de oportunidades de aventuras, de experiencias buenas y malas, y de descubrimientos de las que nos estamos privando sólo por la cobardía. El miedo a encontrarnos de frente con una verdad que, muchas veces, no es cierta ni mucho menos.
La cobardía es un error. Cuando se trata de cosas tan simples como enfrentarse al rechazo, no deberíamos ser el matojo de inseguridades en el que nos convertimos casi siempre. Deberíamos ser obstinados, mirar fijamente, y escupir lo que tengamos que escupir. Y que digan lo que tengan que decir.
Cuando estemos muertos nadie va a recordarnos por lo íntegros que fuimos, sino por las cosas que nos atrevimos a hacer; por cómo disfrutamos de la vida. Y si disfrutar de la vida significa llevarse muchos palos entre medias…mejor cerrar los ojos y poner la cara, a ahogarse en la incertidumbre de “qué hubiera pasado si…”
Incluso con nuestras relaciones, tenemos un ideal preestablecido. Un baremo al que cualquiera que sea candidato a ser nuestra pareja tiene que llegar como mínimo, o de lo contrario…acabaría en fracaso.
¿Pero qué pasa con los que tienen un listón demasiado alto?; o lo que es peor, ¿qué pasa con los que creen que tienen el listón demasiado alto, en comparación con ellos mismos? Sí, hablo de esos que aún quedan, que se consideran inmensamente menos de lo que objetivamente son. Porque aún a esta edad, ya pasada la adolescencia, existen personas tan inseguras de sí mismas, que prefieren vivir la vida sin arriesgarse al rechazo, a pasar por el mal trago. Gente perfectamente válida, inteligente, guapa, con la cabeza amueblada, que cree que por no ser un cliché de pasarela, no le es posible siquiera mirar a ciertas personas. Incluso cuando muchas veces, ellos están muy por encima de esos otros a los que aspiran.
La inseguridad nos limita muchas veces a la hora de emprender, de atreverse, de disfrutar de ciertas cosas. La mayor parte del tiempo buscamos la aceptación de los demás, y pasada la etapa de cambios físicos y emocionales, se supone que debemos aceptarnos tal como somos, y estar a gusto en nuestra propia piel.
Pero por desgracia no siempre es así. Es horrible pensar la de oportunidades de aventuras, de experiencias buenas y malas, y de descubrimientos de las que nos estamos privando sólo por la cobardía. El miedo a encontrarnos de frente con una verdad que, muchas veces, no es cierta ni mucho menos.
La cobardía es un error. Cuando se trata de cosas tan simples como enfrentarse al rechazo, no deberíamos ser el matojo de inseguridades en el que nos convertimos casi siempre. Deberíamos ser obstinados, mirar fijamente, y escupir lo que tengamos que escupir. Y que digan lo que tengan que decir.
Cuando estemos muertos nadie va a recordarnos por lo íntegros que fuimos, sino por las cosas que nos atrevimos a hacer; por cómo disfrutamos de la vida. Y si disfrutar de la vida significa llevarse muchos palos entre medias…mejor cerrar los ojos y poner la cara, a ahogarse en la incertidumbre de “qué hubiera pasado si…”