lunes, 29 de septiembre de 2008

Al final...basta con un batido


Nos quejamos constantemente. Siempre encontramos algo por lo que llorar y lamentarnos. Hasta cuando nuestras condiciones de vida son muchísimo más cómodas y burguesas de lo que deberían, o de lo que lo son las de muchas personas. Tal vez las de demasiadas.
¿Cómo podemos ser capaces de lamentarnos, cuando hay una madre colombiana llamando desde una cabina telefónica a su país, para poder hablar con su hijo unos míseros veinte minutos? Una mujer que ha dejado todo lejos, para poder ofrecer un futuro a su hijo y a su familia; que se encuentra sola en un país que, muchas veces, peca de racista y de despiadado con los extranjeros…ella sí que tiene todo el derecho a llorar y quejarse.
También podemos abrir un poco los ojos, y reparar en el indigente que, ya empezando a hacer frío, tiene que pararse a buscar en la basura algo de comer, o algo de abrigo. Un hombre que, por x motivos, no es capaz de trabajar, y no tiene algo tan simple como un techo bajo el que dormir. Y no es tan fácil como decir que si no trabaja es porque no quiere, porque todos sabemos que en la mayoría de los casos no es así. Hay gente con problemas muy serios; gente a la que una depresión ha llevado a perderlo todo, o drogodependientes a los que su enfermedad les quitó lo poco que tenían…ellos sí que tienen derecho a enfadarse con el mundo, y a maldecir su suerte.
¿Y qué pasa con las madres solteras? Mujeres que sacrifican todo su tiempo y sus fuerzas por sacar adelante a tres críos. Mujeres cuyas manos están llenas de callos de limpiar escaleras y de servir mesas; que podrían haber hecho una elección más egoísta, y sin embargo no la hicieron, y que están ahí, explotadas por un jefe sin principios, tragando y tragando sin plantearse siquiera lo que ellas querrían para sí.
Estas son tres historias muy simples, y que al andar por la calle podemos encontrar sin esfuerzo. Todos los días nos cruzamos con ellos en el metro, en el supermercado, en el estanco. Y sin embargo estamos ciegos; absortos en nuestros problemas, que parecen ahogarnos, y que si nos parásemos a valorar, nos parecerían infantiles y estúpidos.
Creo que, muchas veces, tenemos más suerte de la que somos conscientes la mayor parte del tiempo. Le damos una excesiva importancia al trabajo, al dinero, a los problemas menores…a veces parece que nos hemos olvidado de pararnos y buscar el norte; de sentarnos y aclarar lo que realmente importa en esta vida.

Ayer volvía caminando a casa, por la tarde, y vi cómo dos viejecitos, sentados en una terraza, se tomaban un batido. Daban una imagen muy tierna, los dos solos, sentados al fresco, tomando un batido. Tal vez su cuerpo no tolerara algo más fuerte, o simplemente les gustaría. A lo mejor era el único día al mes en el que se permitían ese capricho.
Sea como fuera, eso me dio que pensar el resto del camino. Tal vez al final no importa el dinero, no importa el trabajo, no importan los problemas…quizá lo único que, al final de nuestras vidas, tiene relevancia, es haberla pasado con alguien que te quiere, que te acepta y que simplemente está a tu lado. Alguien que, cuando todo está ya llegando a su fin, se sienta a tomarse un batido en tu compañía.
Estoy seguro de que si a una persona exitosa, sin problemas de salud, económicos o laborales, le preguntas cuál es su mayor problema, te contestará que la soledad…y eso todavía tiene solución.

No hay comentarios: